DESPEDIDA DE RESIDENTES
Hoy se despidieron de nuestro servicio tres estupendas residentes, Rebeca (Valencia), Yanira (Badajoz) y Mónica (Gran Canaria). Aunque son cerca de 40 los Residentes de Dermatología y Pediatría de España y de otros países que pasan cada año por nuestro servicio, y uno ya lleva mas de 20 años en estas faenas, debo reconocer que cada uno deja su pequeña huella, y todas las pequeñas huellas juntas forman una enorme marca en el servicio. Muchos de los más brillantes dermatólogos jóvenes (al menos, más jóvenes que yo) y brillantes promesas de la dermatología española pasaron con nosotros 2, 3 y algunos hasta 6 y 12 meses. No voy a caer en los tópicos sobre 'el estímulo que supone la gente joven', 'la exigencia a la que nos obliga la docencia', o 'hay que ver, qué listos son los jóvenes de ahora' y otros muchos. Los que me conocéis sabéis de sobra que no me gustan esos tópicos, y también que no me gusta regalar los oídos. Tampoco quiero caer en los tópicos opuestos sobre 'lo mucho que estudiábamos hace años', 'lo difícil que era nuestra época y lo fácil que lo tienen ahora' o que 'los residentes de ahora ya no son como los de antes'. No quiero parecer un viejo cascarrabias. Pero resulta evidente que los tiempos cambian, los métodos cambian, las tecnologías cambian, y todos estos factores se convierten a la vez en poderosos instrumentos y en terribles amenazas para los médicos en formación. Ante unos cambios tan rápidos en el mundo exterior y ante una cantidad abismal de información a la que podemos acceder fácilmente en unos pocos segundos, nuestra capacidad evolutiva natural se ve superada, y aunque nuestro cerebro se adapta plásticamente a las novedades, la capacidad de asimilación de la información y la canalización de la misma pueden verse comprometidas.
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Mucha suerte a Rebeca, Yanira y Mónica |
Pongamos un ejemplo de una situación cotidiana. Un niño con una enfermedad inusual dermatológica es traído a la consulta. Dos residentes le atienden. Lógicamente, los residentes, con menor experiencia acumulada, probablemente no han tenido nunca la ocasión de ver un caso similar o de haber podido estudiar en sus textos la enfermedad que el paciente presenta. Un dermatólogo más experimentado hace el diagnóstico inmediato con la exploración del paciente. Uno de los residentes se siente afligido por desconocer la enfermedad, y al llegar a su casa pasa unas cuantas horas de la tarde sentado frente a un libro de texto y buscando artículos relativos a la enfermedad; incluso, tiene cierta curiosidad y lee el capítulo entero que la contiene. El otro residente, saca de su bolsillo su teléfono inteligente, teclea el nombre de la enfermedad y en menos de 5 minutos ha podido leer los datos más relevantes sobre la misma; guarda su teléfono inteligente y por la tarde repite esta misma operación con otras enfermedades. Mi pregunta es: ¿quién de los dos resientes ha aprovechado mejor su tiempo? Algunos dirán que el primero, porque aunque empleó más tiempo y tuvo acceso a una menor cantidad de información, el conocimiento adquirido quedó mucho mejor asentado y asimilado. Otros dirán que el segundo, porque en menos tiempo recibió mucha mayor cantidad de información y, en realidad, no necesita el conocimiento, sino simplemente conocer dónde se halla la información y acceder a ella cuando le interese. Por muchas razones, soy muy partidario del método del primer residente.
No quiero que se me malinterprete; entre el blanco y el negro hay muchos tonos de gris. Lo ideal sería ser capaz de aprovechar lo mejor de cada método en provecho del mejor conocimiento. Por un lado, somos muy afortunados de poder disponer de una información de forma sencilla e inmediata. Pero la asimilación del conocimiento es habitualmente proporcional al esfuerzo que empleamos en adquirirlo. Los avances tecnológicos no han producido ningún cambio en uno de los principios vitales del conocimiento humano: los resultados son fruto del esfuerzo. La inspiración y el ingenio son determinantes; pero sin esfuerzo, no darán nunca los frutos deseados.
Asumiendo de entrada que, como médicos, se nos supone una vocación, unos valores humanos y un deseo de ayudar a los pacientes, la calidad de nuestros actos médicos viene determinada en gran parte por el esfuerzo realizado en adquirir conocimientos, que se traduce en el número de horas que un médico pasa estudiando de forma eficaz un libro o revista, en cualquiera de los soportes, desde la clásica impresión hasta la moderna tableta.
Los médicos en España, especialmente los más jóvenes, son parte de una élite intelectual con excelencia académica desde su infancia. La razón es clara: sólo los mejores expedientes académicos consiguen el acceso a las facultades de Medicina. Cuando realizan las pruebas selectivas para el examen MIR, los residentes de Dermatología han obtenido calificaciones muy altas, lo cual es resultado de unas magníficas capacidades intelectuales y de un esfuerzo real. Sin embargo, una vez que el médico recién licenciado accede al sistema MIR, se produce un cambio para el que no todos están preparados.
Durante la carrera, los estudiantes están acostumbrados a estudiar regularmente y pasar sus exámenes periódicos y tienen claro cuáles son los conocimientos que deben adquirir para superar dichos exámenes. Puesto que toda la carrera está orientada a aprobar el examen MIR, aunque dicho examen no tiene un temario real, han surgido academias que ayudan a preparar la prueba de acceso al MIR de una manera ordenada y eficaz. Y a lo largo de esos años, el estudiante tiene claro qué es lo que se espera de él. Sin embargo, una vez que accede a la residencia, desaparecen todas las figuras tutoriales que le amparaban. No existe un 'temario básico' que el residente deba estudiar; no existen pruebas periódicas que evalúen sus conocimientos; el sistema de evaluación de los residentes no está basado en pruebas objetivas. Los residentes saben que, pasados 4 años, serán dermatólogos titulados cualquiera que sea su grado de conocimientos adquiridos durante la residencia y que dicho grado de conocimientos adquiridos no se verá reflejado en ninguna evaluación objetiva. Cuatro años atrás, todos sabían perfectamente qué número ocupaban en la prueba MIR; ahora, ni siquiera saben cuánto esfuerzo deben poner en adquirir conocimientos. La reacción ante esta situación nueva es variable según el grado de compromiso de cada residente. Algunos optan por ajustarse a un esfuerzo mínimo, otros por la rebeldía, otros por la rendición y cada vez menos, por la superación personal independiente de las circunstancias exteriores.
Los elementos externos juegan un papel fundamental en la mentalidad del residente. Los problemas personales en los servicios, la organización estructural de los mismos y el carácter y personalidad de los adjuntos y jefes influyen decisivamente en la respuesta del residente a la exigencia. Las guardias y el cansancio físico reducen la capacidad de concentración. Otras exigencias inherentes a los grandes departamentos docentes (sesiones, ensayos clínicos, etc) y la utilización de los residentes para las 'necesidades del servicio' son amenazas reales para su motivación. Todos estos factores, junto con la ausencia de objetivos e hitos intermedios en la formación, dejan en manos del propio residente la exigencia formativa.
El sistema MIR no ofrece desde sus directrices unas pautas claras sobre cuáles son los objetivos de adquisición de conocimientos de los residentes. Aunque en la normativa del Ministerio de Sanidad existen unos objetivos básicos que el residente debe cumplir, se trata de parámetros muy subjetivos y no existe un baremo real de los conocimientos del residente. Así, ante la ausencia de una figura institucional que reconozca el sacrificio del estudio, es muy aconsejable que el residente fije un modelo de médico especialista al que le gustaría asemejarse. Seguro que en cada uno de los hospitales docentes existen médicos especialistas magníficos en los que el residente puede verse reflejado en el futuro.
¿Está enfermo el sistema MIR? El sistema MIR es uno de los bienes más preciados de que disponemos, y debe cuidarse, mantenerse y mejorarse. El sistema MIR ha producido muchas generaciones de médicos excelentes, que ahora cuidan la salud de los españoles bajo los estándares más altos del mundo. Sin embargo, el MIR vive bajo continua amenaza. Parte de estas amenazas surgen de su propia idiosincrasia. El sistema MIR descansa en dos pilares básicos. El primero es la generosidad; el sistema MIR es posible gracias a que los formadores, médicos especialistas de los hospitales de España, realizan de forma altruista una labor encomiable; no existe por parte de la administración el menor reconocimiento ni apoyo institucional hacia los médicos formadores de especialistas. El segundo, igual de importante, es la reciprocidad entre el especialista formador y el residente; la retroalimentación de motivaciones entre unos y otros es un motor que funciona sin gasolina, pero si alguna de las partes falla, el sistema entra en colapso.
Estos dos pilares básicos del sistema MIR pueden verse amenazados por circunstancias coyunturales y generacionales. Hacia 1980, en los albores del sistema MIR, menos de 1 de cada 10 licenciados en medicina obtenía una plaza. Hacia 1990, eran alrededor de 1 de cada 7. Aprobar el examen MIR era una fiesta familiar; los más mayores, recordamos escenas sin precedentes ante los tablones del Minsiterio de Sanidad cuando salían las calificaciones, o compañeros que se habían presentado más de 10 veces sin éxito al examen MIR. Sin embargo, hace unos pocos años, el cien por cien de los presentados obtenían plaza de residente en el MIR, incluso con calificaciones llamativamente bajas. No quiero decir que una época sea mejor que la otra. Pero los que hicimos el MIR en los 80 sabíamos lo que de verdad costaba y valía conseguir una plaza, y la cuidábamos como un tesoro; como contrapartida, nos habíamos formado en un sistema ultracompetitivo que se llevaba por delante a mucha gente muy valiosa. En las últimos años, el ambiente es mucho más sano, pero la menor competitividad conduce a desconocer el precio y el valor real del éxito, y eso marca la formación y el carácter del residente.
En los años 80 y 90, las dificultades económicas de España condicionaban que, incluso después de haber logrado una plaza en el sistema MIR, las probabilidades de conseguir una plaza de adjunto en el sistema público en un hospital de primer nivel eran muy bajas. Este hecho generaba un efecto similar al referido más arriba, es decir, una alta competitividad entre los residentes. A partir del año 2000, la bonanza económica aseguraba la obtención de una puesto de trabajo para la mayoría de los dermatólogos en formación en España. De nuevo, la menor competitividad originaba un ambiente más sano y colaborador, pero la seguridad y la confianza relajaban la autoexigencia en la que se basa el sistema formativo. Desde la crisis de 2009, los residentes viven su futuro con incertidumbre, pero carecen de las armas con que la necesidad dota a las personas en tiempos de escasez. Personalmente, prefiero que las cosas nunca vuelvan a ser como en los 80 y 90, donde la ansiedad y la competitividad eran parte del día a día, pero también deseo que los residentes sepan apreciar y valorar la suerte de tener un sistema formativo y lo cuiden dando lo mejor de sí mismos con su estudio y trabajo diario, exigiéndose lo mejor de sí mismos.
En la dermatología, hay amenazas intrínsecas a la propia especialidad, que quizás también sean comunes a otras especialidades y que pueden actuar en detrimento de la formación del residente. La dermatología es una especialidad en la que los especialistas no hacen guardias, que son un complemento económico muy importante para los médicos. Por el contrario, la dermatología es muy adecuada para la medicina privada sin grandes inversiones. Además, el dermatólogo es quien mejor puede conocer y realizar los procedimientos estéticos, que son muy demandados y por tanto muy rentables en la consulta privada. Aunque el bienestar y la estabilidad económica del médico son beneficiosas tanto para el médico como para sus pacientes, los residentes no deben olvidar que los escasos años que pasan dentro del sistema MIR están orientados a su formación científica y asistencial, y que deben entregar al sistema esos años tan importantes para el futuro tanto de los residentes como del propio sistema. Dicho de otro modo, el residente debe preocuparse por ser un buen residente, tan bueno como pueda ser y, una vez terminado su proceso de formación, tiene todo el derecho del mundo a decidir cuál será su futuro.
El futuro es, a menudo, la preocupación principal del residente, y esta preocupación se acrecienta conforme se acerca el final de su periodo de residencia. Es labor de los especialistas formadores hacer comprender al residente que el fin último del sistema MIR es formar especialistas con excelencia y no convertirse en una agencia de empleo. También lo es hacer comprender al residente que su futuro, su mayor preocupación, dependerá en gran medida de lo que realmente quiera llegar a ser y de cuánta energía, tiempo y sacrificio ponga en conseguirlo.
Espero que los residentes que han pasado por nuestro servicio y los que en el futuro pasarán, se lleven de vuelta a sus casas la idea de que el estudio diario es su obligación y que deben devolver a la sociedad, en forma de esfuerzo y sacrificio, lo que la sociedad les ha proporcionado, la enorme suerte de tener la oportunidad de formarse como médicos especialistas.